lunes, 2 de mayo de 2011

GABRIEL YAMIL : Miradas sobre “Woyzeck”- Domingo 1 de mayo de 2011



Un espectador agradecido por haber sido provocado, suscribe. Escribo con el deseo encendido del teatro, de los teatristas, de quienes no cejan en saltar al vacío. Para hacer del vacío un método, una travesía inconclusa. El vacío de entrada dispone a la mancha, a un modo de violentar el espacio que da paso a la Creación. Fue al primera impronta que recibí de la puesta.
Nació “un” Woyzeck.
Comienzo del viaje. El número, lo inefable, la cuenta regresiva que marca el retorno al punto cero, el empuje de Tànatos. Presagia la no escapatoria. La cinta de correr es metáfora de la pulsión de muerte, en tanto pone de manifiesto una marcha sin sentido, el apuro que no es màs que inercia; sòlo adquiere sentido en el afán de volver a Cero, al Nirvana, al puro equilibrio, la homeostasis de la Muerte.
Sòlo hay designio, como en la Tragedia màs pura…
El Blanco como una planicie, con su inminente relación a la muerte. (En el teatro japonés las máscaras blancas, completamente blancas, aluden a la Muerte)
No hay personajes, todos son Woyzeck.
El montaje gira en torno a las resonancias identificatorias, al universo fantasmàtico de Woyzeck.
La escenografía de su cabeza…. Se “ve” la cabeza de Woyzeck, interlocutando con sus alter egos, mutables, despiadados, irónicos. En un juego de espejos que no tiene escapatoria, cuyo propósito es precipitar el Final. Todos “saben” un saber no dicho, que es “dicho” solo en su representación; se decide ignorar el Saber del destino tràgico con el afán de producirlo.
Se pone en tensión el conflicto con la Naturaleza del hombre, planteado por Büchner, incurriendo en la paradoja de que lo que es propuesto como lo natural, es justamente la perdida de la naturaleza por parte del Hombre en tanto ser-hablante. No hay naturaleza, hay pulsión. Es la perversión de la naturaleza, su estallido. La `pulsión viene a echar por tierra la linealidad que podría suponer lo natural, para dar paso a lo polimorfo del sujeto. Un sujeto tironeado por lo social, por la cultura, que lo arranca de su ser-salvaje.
Asì, no importa quién encarne esos enunciados, por eso el intercambio, la mutación de quien toma la palabra en un deslizamiento que lo convierte en un juego de identificaciones semejante al laberinto de los espejos. El lenguaje atravesando al Sujeto, matando lo natural. A partir de aquí Büchner hará hablar a Woyzeck para empujarlo a su sin-sentido. Ese es su punto trágico. La vivencia del sin-sentido estructural.
Desde esta perspectiva, la puesta ofrece la multiplicidad identificatoria, en forma rotativa, creando el mundo Woyzeck, sus dobles.
Es clara la escena en que se encuentra en medio de ambos personajes (especularmente) calvos, a expensas de sus dichos, atrapado en su propia red. La salida al espacio en esa escena es hacia la cinta de correr. O sea, que cuando intenta producir un “por fuera”, solo puede recurrir a lo automático, nuevamente, que lo relanza a un circuito infernal. No puede no volver allí. Sale sin salida.
El recurso de la cinta es un gran acierto en tanto es la escenificación radical de la Tragedia humana. Lo que no cesa de no escribirse (merece una articulación más profunda).
Los actores aceptan la propuesta sin cuestionamientos; entendiendo que su destino trágico, el de ellos como actores acaba en cada función. Entonces los cuerpos se entregan al final. Todos están al servicio del ocaso. La entrega no es parcial.
Las voces cantadas, son lo vivo. Es lo que oxigena lo mortífero como destino final. Lo más vivo para el sujeto, lo que lo constituye como sujeto de la Cultura, es su Lengua Materna. No es azaroso que la dirección haya “necesitado” apelar a las canciones en idioma original. Lo vivo de Woyzeck, su contra máscara. Por eso las voces cantadas balancean el platò, porque generan dramaturgia. Su composición espacial que tiende a la vertical (no a la horizontalidad) denotan su atributo trágico.
Contrapesan el palabrerío infernal de los personajes, perdidos en los mares del sentido…tratando de cubrir lo que no tiene sentido. Como el doctor, cuyo cometido se cumple al suponer haber “nombrado” a un conjunto de síntomas. Su único placer, su goce, radica en ese hallazgo, en ese espejismo de la palabra…cree en el significado.
Mientras que Woyzeck se ve tironeado entre el sentido y el sin sentido. Haberse hecho la pregunta, “¿Què sentido tiene? Qué miran?”, es el inicio de su tragedia, como la pregunta de Edipo. Si hay pregunta, se pone en juego la dimensión trágica de lo humano.
Momento interesante, por demás, desde la puesta, es cuando del rojo sangre después del crimen, sobreviene el blanco en el texto “Ustedes”. Y luego el extrañamiento.”Qué lugar es este?” Pasaje del mundo puramente pulsional, lo salvaje, a la pregunta màs cercana a lo humano. De la bestialidad a la humanización. No sin el enrarecimiento del espacio, su crisis.
Las labores actorales en general, están en una búsqueda permanente, sin necesidad de puntos de arribo que comporten el riesgo de congelar la actuación.
Eso se agradece; como espectador lo agradezco.